La crítica hacia la industria salmonera se ha convertido en un fenómeno común en la opinión pública, pero muchas de estas afirmaciones no se sustentan en la realidad. A menudo, se le atribuyen efectos negativos y deficiencias en sus prácticas que, al ser evaluadas con datos concretos, resultan infundadas. Es esencial cuestionar la narrativa que presenta a la salmonicultura chilena como depredadora y obsoleta. Si realmente estuviera en esa posición, ¿cómo podría abastecer de manera eficiente a los mercados globales, incluidos aquellos países desarrollados que imponen altos estándares de regulación y sostenibilidad? La capacidad de competir con naciones como Noruega, reconocida por su excelencia en la producción de salmón, es una prueba palpable de que la industria chilena no solo es viable, sino que también es competitiva en un mercado exigente.
Al abordar temas sensibles como las áreas protegidas, fondos marinos y el uso de antibióticos, es crucial aclarar la situación actual. En primer lugar, la salmonicultura no busca operar en áreas protegidas, pero el Estado ha sido lento en la relocalización de concesiones. En muchos casos, el gobierno otorgó permisos en zonas que luego se convirtieron en reservas, lo que ha generado un conflicto que persiste desde hace casi 15 años. Las empresas han solicitado reubicaciones, pero la falta de acción por parte del Estado ha impedido avanzar en este aspecto, lo que desdibuja la imagen de una industria irresponsable y depredadora.
Los centros de cultivo de salmón en Chile están sujetos a regulaciones estrictas que limitan su operación a períodos específicos. Según la normativa, deben someterse a un «descanso sanitario» para permitir la recuperación del entorno marino. Este proceso es fundamental para asegurar que el fondo marino y la columna de agua recuperen sus condiciones naturales. Además, es importante contextualizar la magnitud de la industria, ya que ocupa solo el 0,001% de la Zona Económica Exclusiva del país. Las prácticas de descanso sanitario, junto con la acción natural de las corrientes marinas, contribuyen a la recuperación del ecosistema, demostrando un compromiso con la sostenibilidad.
El uso de antibióticos en la salmonicultura chilena se justifica como una medida necesaria para proteger a los salmones de enfermedades bacterianas, como el SRS. Sin embargo, es un mito pensar que se utilizan de manera indiscriminada. En la actualidad, existen centros de cultivo que operan sin antibióticos, y los productos que llegan al consumidor cumplen con rigurosos periodos de carencia para garantizar que no haya residuos en el salmón cosechado. Esta regulación no solo protege la salud pública, sino que también respalda la reputación de la industria en mercados internacionales.
En conclusión, es fundamental analizar la salmonicultura en Chile con un enfoque basado en evidencias y datos concretos. Separar los mitos de la realidad es crucial para el futuro de esta industria, que tiene el potencial de seguir contribuyendo al desarrollo económico del país. La industria debe enfrentar sus desafíos y elevar constantemente sus estándares, y en esta misión, empresas como Ventisqueros están comprometidas a trabajar en soluciones concretas. Es momento de fomentar un debate informado y constructivo que permita a la salmonicultura continuar su trayectoria de mejora continua y sostenibilidad.