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Lifestyle

Mary Slessor, la reina del Okoyong

Mary Slessor, la reina del Okoyong

terra ignota

Vivió casi cuatro décadas en Nigeria para difundir la fe cristiana y combatir las supersticiones locales

Mary Slessor, junto a una calavera ABC

Pedro García Cuartango

Mary Slessor fue una extraordinaria mujer que el feminismo nunca ha reivindicado. Nacida en una familia pobre de Escocia en 1848, murió en Nigeria, donde vivió casi cuatro décadas para difundir la fe cristiana. Mary fue mucho más que una misionera presbiteriana: luchó …




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Published at Sun, 15 Oct 2023 18:04:51 -0600

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William Hunt, ‘El Gran Farini’: a pie por el Kalahari

William Hunt, ‘El Gran Farini’: a pie por el Kalahari

Fue el primer hombre blanco que atravesó a pie el desierto del Kalahari. Se llamaba William Leonard Hunt y era conocido como El Gran Farini, su apodo como funambulista, acróbata y trapecista en los mejores circos de Estados Unidos y Gran Bretaña. Pocas personas han tenido una vida más apasionante que este hombre, nacido cerca de Nueva York en 1838. Artista, viajero, inventor y espía, murió a los 91 años en Michigan tras haberse convertido en una leyenda.

El Gran Farini fue también el primer hombre que cruzó sobre un alambre las cataratas del Niágara. Tenía 22 años y ya era popular por sus cualidades como funambulista que le permitían hacer peligrosas exhibiciones como andar sobre varios edificios con otro hombre cargado a sus espaldas.

Pero si hoy se recuerda a William Hunt no es por sus hazañas como prodigio circense o sus excentricidades sino por haber sido la primera persona de raza blanca que recorrió de sur a norte el desierto de Kalahari, de una extensión de casi un millón de kilómetros cuadrados, localizado en Botsuana, Namibia y Sudáfrica. El viaje, iniciado en junio de 1885, duró ocho meses en los que estuvo a punto de morir.

‘El Gran Farini’ comenzó su andadura en Ciudad del Cabo. Viajó hasta Kimberley, entonces una pequeña ciudad en el centro de Sudáfrica y capital de la industria minera. Allí contrató porteadores, compró carretas y se hizo con material de excavación porque el primer objetivo de su empeño era encontrar diamantes. No halló ninguno, pero llegó hasta el delta del Okavango en el norte de Botsuana. Cruzó más de 1.000 kilómetros de desierto, pudiendo sobrevivir gracias a la caza de antílopes y avestruces y sus reservas de agua.

Hunt partió de Kimberley con carretas tiradas por bueyes, acompañado de Lulú, su hija adoptiva, que en realidad era un niño que había acogido en Estados Unidos. Lulú tomó los apuntes y las fotografías que luego su padre utilizaría para hacer un relato del viaje, editado un año después de la aventura. Durante el recorrido, entablaron relación con los bosquimanos y otras tribus del Kalahari, que les dieron cobijo y víveres. Gracias a ellos, lograron sobrevivir. Fueron atacados por leones y Hunt se extravió durante dos días en el desierto, siendo salvado por sus porteadores, que le encontraron inconsciente.

El viaje fue provechoso porque El Gran Farini volvió con numerosos testimonios etnográficos, pieles de animales salvajes y los cuernos de varios rinocerontes que había matado. Pero lo que tuvo un mayor eco de su expedición fue el descubrimiento de una ciudad perdida en el Kalahari, enterrada bajo la arena, de la que sobresalían un templo y grandes bloques rectangulares de piedra.

Una vida intensa

A lo largo de las primeras décadas del siglo XX, muchos viajeros intentaron hallar esa ciudad perdida. También lo hizo la madre de Elon Musk, que tampoco encontró la misteriosa urbe milenaria. En 1964, un profesor llevó a cabo una metódica reconstrucción del periplo de ‘El Gran Farini’ y llegó a la conclusión de que esos bloques eran afloramientos naturales de un mineral llamado dolerita. La discusión sigue abierta.

Hunt fue muy popular en su tiempo por sus increíbles cualidades como artista que le empujaron a crear su propio circo. Trabajó también en el legendario Barnum y luego se dedicó a descubrir jóvenes talentos. Pero antes fue soldado y espía de la Unión. Él mismo se jactaba de haber conocido a Lincoln, a quien le expuso la invención de unos zapatos para andar sobre el agua. Su mente no descansaba nunca. ‘El Gran Farini’ fue también el inventor del espectáculo de un hombre lanzado por un cañón que funcionaba por un resorte mecánico. Fue considerado el mejor acróbata del mundo, compitiendo con el famoso Blondin.

Su vida privada fue igualmente muy intensa. Perdió a su primera mujer cuando ésta cayó desde las alturas en una exhibición en La Habana. Luego volvió a contraer matrimonio. Y adoptó a Lulú y a una niña birmana deforme llamada Krao, que carecía de nariz y tenía un cuerpo lleno de vello. Hunt la presentó como el eslabón perdido en la evolución humana, siguiendo las teorías de Darwin. Siempre le interesó lo raro e insólito desde que era un adolescente cuando su madre le cosía la ropa para evitar que se lanzara a nadar, la gran pasión que impulsó su afán de intentar siempre lo más difícil.

Published at Sun, 01 Oct 2023 11:42:33 -0600

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Contra el mito de la barbarie: las 11 normas básicas de los piratas que asolaron los siete mares

Contra el mito de la barbarie: las 11 normas básicas de los piratas que asolaron los siete mares

Que no le engañe Espronceda, querido lector. La vida del pirata no era todo cortar el mar con diez cañones por banda. El romanticismo del siglo XIX hizo mucho por los filibusteros; quizá demasiado. Sin embargo, tan cierto como que se dedicaban a asesinar, robar y saquear es que mantenían ciertas leyes cuando se hallaban sobre la toldilla. Tal y como señalan historiadores como José A. Mármol Martínez en su dossier ‘El código de los piratas, ¿Mito o realidad?’ o la autora Silvia Miguens Narváez en su obra ‘Breve historia de los piratas’, cada buque contaba con sus propias normas impuestas por el capitán que debían seguir si no querían terminar con los tiburones.

Mitos y verdades

Para entender el funcionamiento de este código es necesario romper el mito que afirma que en un barco pirata regía la dictadura del capitán. Así lo explican, al menos, Peter Leeson en ‘The Invisible Hook: The Hidden Economics of Pirates’ y George Mason en ‘The Golden Age of Piracy: The Rise, Fall, and Enduring Popularity of Pirates’. En sus palabras, en estos bajeles los marineros no vivían sometidos a una tiranía. De hecho, los autores son partidarios de que el poder de los capitanes era limitado y que permitían a los miembros de la tripulación opinar en varios asuntos de gran importancia.

Así pues, y aunque para Leeson un barco pirata era «la organización criminal más sofisticada y exitosa de la historia», no se mantenía unido sobre el miedo y la violencia. Esto queda claro al observar que muchos miembros de la tripulación se ofrecían voluntarios después de haber servido como marinos, por ejemplo, en la ‘Royal Navy’ inglesa. Siempre en palabras de este autor, era en el ejército, en los bajeles corsarios y en la marina mercante donde una buena parte de los capitanes dirigían a sus hombres como si de un ejército de esclavos se tratase.

Según Leeson, al tener autoridad total sobre la tripulación, no era raro que los capitanes de estos cuerpos se metiesen entre pecho y espalda raciones completas mientras sus hombres pasaban hambre o que golpearan a los marineros a su antojo por considerarlos rebeldes. Algo impensable en los buques regidos por piratas. Por el contrario, los filibusteros desarrollaron modelos que llegaron a ser precursores de las primeras democracias occidentales. Afirmación, por cierto, que ha provocado gran controversia en la comunidad académica.

Más allá de que fueran o no los adalides de la justicia social, la realidad es que los piratas adoptaron un sistema de poder dividido y limitado. Los capitanes, por ejemplo, contaban con una autoridad total cuando comenzaban los cañonazos. Sin embargo, una vez que acababan los sablazos era un oficial el que se encargaba de racionar los alimentos, vigilar que no se incumplieran las normas y dividir el botín. Lo más llamativo es que la jerarquía de estos navíos no se establecía por derecho natural, sino que –en la Edad de Oro de la piratería (durante los siglos XVII y XVIII)– era común que fueran elegidos por la propia tripulación.

Lo más habitual era que la asignación de los saqueos se hiciera atendiendo a las leyes del bajel y de forma relativamente justa. En ‘La República de los Piratas’, el divulgador Colin Woodard llega a afirmar, por ejemplo, que un capitán pirata solo recibía el doble de riquezas que la tripulación, mientras que el mandamás de un barco corsario solía quedarse con un botín catorce veces más grande que el de los tripulantes a los que dirigía. A su vez, cuando surgían dudas con respecto al botín (o a cualquier otro tema) era un tribunal elegido por los marineros el que se encargaba de solucionar la cuestión. La máxima era que un buen combatiente no tiene por qué ser un gestor adecuado.

Con todo, también es cierto que la otra cara de la moneda existía. Algo que explica Mármol al incidir en que era habitual que muchos marineros se unieran a las tripulaciones piratas obligados («porque su barco había sido asaltado y tenían que elegir entre hundirse con él o unirse a ellos») o que el capitán tenía que tener éxito en sus expediciones de saqueo para que los marineros le tuvieran respeto. Woodard, pese a todo, es partidario de que en la Edad de Oro abundaban desde los hombres de mar descontentos con el ejército, hasta los esclavos que se unían a los piratas sabedores de que «participaban como iguales en las tripulaciones».

Código pirata

La mayoría de autores, entre ellos el historiador Sergio López García en su dossier ‘Black Sails. La edad de oro de la piratería en el Caribe’, coinciden en que el mito del código pirata común se forjó sobre las normas que regían cada uno de los bajeles filibusteros. Y es que, lo habitual era que cada capitán crease una ‘Charte-Partie’ (un conjunto de leyes) que los marineros que decidiesen unirse a la tripulación debían jurar acatar. Este proceso se llevaba a cabo antes de zarpar para que todos los marineros supiesen de antemano las normas de conducta y los castigos que recibirían si las incumplían.

Según afirma Maura Brescia en ‘Selkirk Robinson: el mito a tres siglos del desembarco del solitario en la Isla Robinson Crusoe’, «los códigos debían ser firmados y juramentados solemnemente por cada pirata a costa del honor, con su mano en una Biblia». Con todo, la ceremonia también podía llevarse a cabo usando armas, cráneos y un crucifijo. A partir de entonces, era el intendente el que se encargaba de que las normas fuesen cumplidas y de castigar a todo aquel que las transgrediera de manera lo suficientemente severa como para que sirviera de ejemplo al resto de hombres.

A nivel general era común que las ‘Charte-Partie’ incluyeran cláusulas en las que se explicaban los pormenores del servicio, la remuneración que cada pirata obtendría en caso de que se asaltase un bajel enemigo y hasta la compensación que se daría a un marinero que hubiese perdido una extremidad en acto de servicio. «Asimismo se establecían premios por actos de sabotaje . Aquel que lograse arriar la bandera enemiga y colocar la insignia pirata en su lugar recibiría 50 piastras, el que capturase a un prisionero que proporcionara valiosa información ganaría 100 piastras», añade Brescia en su obra.

A día de hoy es difícil determinar quién fue el primer capitán que estableció un código pirata en su barco. Sin embargo, López García es partidario de que uno de ellos fue Bartolomey el Portugués, un bucanero nacido en Portugal que vivió en el siglo XVII y que creó unas normas para su tripulación que «usarían posteriormente John Philips, Edward Low y Bartholomew Roberts para establecer la futura República de los Piratas en Isla Tortuga y en Nassau». Brescia, por su parte, es partidaria de que una de las primeras descripciones de estas normas apareció en 1678 en ‘Buccaneers of América’, obra escrita por el cirujano naval Alexandre Olivier.

En todo caso, los códigos más famosos y recordados a día de hoy son los de Bartholomew Roberts y John Phillips . «El Código de conducta pirata de Bartholomew Roberts [está formado por] una serie de artículos escritos en 1721 y [que están] basados en el Código de los Piratas de su predecesor Bartolomey Portugués . […] Este presentará las normas de conducta de la tripulación a bordo de su navío, junto la repartición de los bienes conseguidos con la finalidad de mantener la convivencia», señala, en este caso, López García. Miguens recoge en su obra cada una de las normas que formaban esta ‘Charte-Partie’, cada una más curiosa que la anterior.

Los 11 principios del código pirata de Roberts

1-Todo hombre tiene voto en los asuntos del momento, tiene igual derecho a provisiones frescas o licores fuertes en cualquier instante tras su confiscación y pueden hacer uso de ellos a placer, excepto que la escasez haga necesario, por el bien de todos, su racionamiento.

2-Todo hombre será llamado equitativamente por turnos, según la lista, al reparto del botín (sobre y por encima su propia participación); se le permitirá cambiarse de ropa para la ocasión pero, si alguno defrauda a la compañía por valor de un dólar de plata, joyas o dinero, será abandonado a su suerte en el mar como castigo. Si el robo fuese entre miembros de la tripulación, esta se contentará con cortar las orejas y la nariz al culpable y lo desembarcará en tierra, no en lugar deshabitado, pero si en algún sitio donde se de por sentado que encontrará adversidades.

3-Nadie jugará a las cartas o dados por dinero.

4-Las luces y velas se apagarán a las ocho de la noche; si después de esa hora algún miembro de la tripulación se inclina a seguir bebiendo, puede hacerlo sobre cubierta.

5-Mantener sus armas, pistolas y sables limpios y listos para el servicio.

6-No se permiten niños ni mujeres. Si cualquier hombre fuera encontrado seduciendo a cualquiera del sexo opuesto, y la llevase al mar, disfrazada, sufrirá la muerte.

7-En batalla la deserción del barco o sus camarotes será castigada con la muerte o al abandono a su suerte en el mar.

8-No se permiten las peleas a bordo, pero las disputas de cualquier hombre se resolverán en tierra, a espada y pistolas.

9-Ningún hombre hablará de dejar su modo de vida hasta que haya aportado 1.000 libras. Si para conseguirlo perdiera una extremidad o quedara impedido para el servicio, se le darán 800 libras extraídas del inventario común y por heridas menores, en proporción a su gravedad.

10-El capitán y su segundo recibirán dos partes del botín; el maestre, contramaestre y cañonero una parte y media, y el resto de los oficiales una parte y un cuarto.

11-Los músicos tendrán descanso el sábado pero los otros seis días y noches ninguno, a no ser por concesión extraordinaria.

Tres preguntas a Silvia Miguens

1-¿Cada pirata contaba con su propio código en su barco?

Aunque las reglas establecidas no eran muy diferentes, cada pirata esgrimía su propio código. Cada nuevo tripulante debía aceptar ese código y firmar, a modo de contrato, con su letra o marca. Era un requisito imprescindible a la hora de ejercer el derecho a voto en las asambleas, en las que se acordaba de qué manera se realizaría la expedición, la ruta a seguir, donde conseguirían vituallas y medicamentos, qué podría aportar cada uno o qué deberían robar y, según el aporte de cada uno al fondo común, cómo se repartirían las ganancias. Según contó uno de ellos, el pirata Alexander O. Exquemelin, en su libro Bucaneros de América, se pactaban aun las recompensas y premios a los heridos y mutilados, en dinero o en esclavos, dependiendo el valor si fuera brazo o pierna derecha o izquierda. Por ejemplo, la recompensa por la pérdida de un ojo, eran cien pesos o un esclavo. También juraban solemnemente no quedarse con una sola alhaja o bien no declarado, a quien resultara descubierto se le imponía un castigado y era separado del grupo.

2-¿En algún momento hubo un código común a todos los piratas?

A pesar de las características de cada uno, en 1721, el pirata galés Bartholomew Roberts, un año antes de su muerte, dictó un código que podría tomarse como general. Por medio de once ítems o artículos, instauraba pautas de conducta y ética. Por ejemplo, todo hombre tiene igual derecho a provisiones o a licores, a menos que la escases imponga un racionamiento; cada uno será llamado a solas y equitativamente para el reparto del botín o para imponerles castigo en el caso de robo, en que será abandonado a su suerte fuera del barco; nadie jugará por dinero; velas y luces se apagarían a las ocho de la noche y el que quisiera seguir bebiendo debería hacerlo en cubierta; no se permiten niños ni mujeres, cualquier hombre que fuera descubierto seduciendo al sexo opuesto a quien hubiese llevado al mar, disfrazada, sufriría la muerte; la deserción será castigada con la muerte o abandono; no habrá peleas a bordo, toda diferencia debe ser resuelta en tierra a punta de espadas o pistola; los músicos tendrán descanso solo los sábados, ningún otro descanso de día ni de noche los otros seis días de la semana.

3-¿Se solía cumplir el código pirata?

No siempre. Uno de los grandes casos de desobediencia, fue la de las piratas Anne Bonny y Mary Read. A los dieciséis años Anne Bonny se escapó de su buena familia irlandesa, se enamoró de un marinero, James Bonny, que pronto se apropió de la fortuna y plantaciones del padre de Anne. Huyeron en un pequeño barco y se instalaron en Bahamas, tierra de piratas gobernada por uno de los más importantes Woods Rogers que contrató a Bonny como informador y lo puso a viajar. Anne se enamoró del pirata Jack Rackman o Calicó. Cuando el gobernador de la isla la acusó de adulterio, vestida de hombre, Anne se embarcó con Calicó y se dedicaron a la piratería. Cierto día, robaron un barco alemán entre cuya tripulación surgió un muchachito delicado y hermoso con el que Anne estableció vínculos afectivos. Rackman la dejó quedarse con él pero pronto, celoso, pidió explicaciones y supo entonces, que se trataba de una mujer, Mary Reed. Vestidas de hombre y actuando como tales, siguieron con Jack hasta que el barco fue capturado. Fueron condenadas a muerte y al fin liberadas y se les perdonaron delitos, entre ellos el de incumplir el código pirata, porque, estando Anne embarazada, ambas increparon fuertemente al juez: «Abogamos por nuestros vientres, señor».

Published at Fri, 15 Sep 2023 13:22:29 -0600

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Estudio USS sobre pensiones: Mujeres sobre 65 años les conviene más un aumento de la PGU que el fondo solidario

Académicos de la Universidad San Sebastián e investigadores de Ciudadanos en Acción comprobaron que el 62,5% de las mujeres mayores de 65 años no recibirían más pensión del fondo común que propone el Gobierno, producto de que no cotizaron, mientras que el 9% recibirían menos de $10.000.

Fondo de reparto v/s aumentar la PGU fue  la comparación que abordó el estudio Mujeres Mayores De 65 Años y Fondo Solidario De La Reforma De Pensiones, desarrollado por la Universidad San Sebastián (USS) y la Fundación Ciudadanos en Acción.          

En concreto, la comparación contempló el caso hipotético de que se concretase la idea que propone la reforma de pensiones y que considera (originalmente) que el 6% de cotización se destine a un sistema de reparto o fondo común, con monopolio estatal.

Entre los principales hallazgos de la investigación está que el 62,5% de las mujeres pensionadas no recibiría ningún pago, por no haber cotizado o por haberlo hecho por un tiempo menor a los 12 meses; solo el 22% percibiría un aumento mensual de la pensión de $44.000 o más; y apenas el 3,9% de un total de 1.450.000 mujeres cotizantes, percibirían el tope de 3 UF mensuales.

“En promedio, el fondo solidario otorgaría, por concepto de garantía definida, un promedio de $19.072 mensuales por mujer mayor de 65 años y una mediana de cero porque la mitad de ellas no recibiría nada”, plantea el texto. La garantía definida, explica el estudio, corresponde a 0,1UF por año cotizado con un tope de 3 UF.              

El análisis concluyó que “sería mejor concentrar los esfuerzos en un aumento de la Pensión Garantizada Universal (PGU, beneficio que asciende actualmente a un máximo de $206.173) y que eventualmente ésta sea diferenciado, lo cual tendría un efecto mucho más masivo y efectivo para reducir la desigualdad en las pensiones de mujeres y hombres”.  

Dentro del análisis se expone que con el aumento tributario que ya se efectuó al royalty minero, de los ingresos crecientes que está teniendo el Estado por el litio, además de la posibilidad de reasignar gastos, existe la opción de reasignar recursos enfocándose en la mejora efectiva de las pensiones. En esa línea, un aumento de la PGU a $250.000 para el 100% de la población podría costar US$ 1.600 millones, lo que podría ser financiable con los ajustes tributarios antes mencionados, aunque también es parte del debate qué medidas incorporar para que este aumento universal de la PGU no termine incentivando la informalidad.

El Gobierno se ha abierto a no destinar la totalidad del 6% de cotización al fondo solidario, pero para los autores del estudio, ese factor no cambia el resultado final. “¿Vale la pena a que los jóvenes y la clase media se vean perjudicados a cambio de que otros se vean beneficiados? Si se mueve el fondo común de 6% a 4% esto no altera las conclusiones del estudio, es más las fortalece”, señalaron.

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Sangre, guillotina y dictaduras: así traicionó la Revolución Francesa a los franceses

Sangre, guillotina y dictaduras: así traicionó la Revolución Francesa a los franceses

«¡No es más que un hombre vulgar! Ahora pisoteará todos los derechos de los hombres y sólo obedecerá a su ambición. ¡Querrá elevarse por encima de los demás y se convertirá en un tirano!», gritó Beethoven cuando se enteró de que su admirado Napoleón se había autoproclamado emperador el 28 de mayo de 1804. Incluso se puso un nombre, Napoleón I, y nombró príncipes a sus hermanos José y Luis. Para el célebre compositor, y para muchos franceses, aquella fue la mayor traición que había sufrido en su vida, pues había albergado grandes esperanzas de que el general corso corrigiera las injusticias del mundo.

La ilusión de Beethoven por vincular el ideario igualitario de la Revolución Francesa a la ‘Séptima Sinfonía’ que había escrito en honor a Napoleón se rompió en mil pedazos. Sin esperar un segundo, se levantó y fue corriendo a tachar la dedicatoria con tanta rabia que rasgó el papel y la rebautizó con el nombre con el que pasaría a la historia: ‘Heroica’. El giro del general hacia el imperialismo y la instauración de una dictadura fue demasiado para el músico y para otros muchos entusiastas, agradecidos de que poco antes se hubiera acabado con los privilegios del clero, la nobleza y la monarquía.

Nadie duda de que aquel alzamiento fue más positivo que negativo, pero también que muchos de sus líderes se acabaron convirtiendo en traidores de su propia causa. De hecho, cuando el pueblo de París asaltó la cárcel de La Bastilla el 14 de julio de 1789, en el fondo se estaba produciendo una revuelta de la burguesía, que buscaba el poder para cambiar el estatus de su grupo social, más que un empoderamiento de las masas populares. Da igual que fuera Danton, Robespierre, Marat, Hebert o el mismo Bonaparte.

Luis XVI y su esposa, Maria Antonieta, fueron las primeras víctimas. En lugar de unirse a la legión de nobles que huyeron del país en los primeros meses de 1792, los Reyes de Francia se trasladaron desde Versalles al palacio parisino de las Tullerías. Querían mantenerse al frente del nuevo Estado, pero pronto vieron que no sería posible y, el 20 de junio, intentaron marcharse al extranjero disfrazados de la Familia Real rusa. Sin embargo, fueron reconocidos en Varennes, arrestados y encerrados en la Torre de Temple.

La guillotina

Como consecuencia de ello, la revuelta se hizo más virulenta, las Tullerías fueron asaltadas y, un año después, los monarcas fueron ejecutados en la guillotina. «De ser una de las princesas más bellas y afortunadas del continente, pasaría a ser declarada culpable de traición y morir en la guillotina antes de cumplir los cuarenta años», cuenta Cristina Morató en ‘Reinas malditas’ (Plaza & Janés, 2014). Pero no hay que llevarse a engaño, porque la Revolución Francesa fue, al contrario de lo que pueda pensarse, una historia de traiciones. Un periodo protagonizado por traidores y más traidores que marcaron con sus acciones viles la historia de aquellos años convulsos.

De los pocos traidores que se salvaron del destierro y la guillotina hay que citar a Joseph Fouché, el siniestro ministro de la Policía que convenció a Bonaparte de que transformara su consulado vitalicio en un imperio hereditario. Un personaje tenebroso, inquietante y con una ambición desmedida que, con una habilidad singular, no solo evitó una y otra vez ser condenado a muerte, sino que envió a todos sus enemigos al cadalso. Se movía como una sanguijuela, promoviendo una traición tras otra. Un hombre de mil caras, cuya técnica de supervivencia se basó en la hipocresía y en su sorprendente capacidad para ostentar cargos relevantes durante cinco gobiernos consecutivos de diferente signo político.

De hecho, su voto de calidad fue el que envió a Luis XVI y a María Antonieta a la guillotina, para veinte años después ponerse al servicio de Luis XVIII cuando Napoleón fue derrocado. Era un traidor nato, un reptil en estado puro, un tránsfuga profesional sin ningún tipo de escrúpulos, capaz de dejar en la estacada a cualquier compañero de lucha con tal de mantener sus cuotas de poder. Primero lo hizo con los girondinos, después con los partidarios del Terror y más tarde con los Jacobinos, Napoleón y Robespierre, entre otros muchos.


Robespierre, pintado al óleo en 1785 por Pierre Roch Vigneron

Robespierre

Este último también fue un traidor. En la Revolución Francesa nadie parecía estar libre de ese pecado. En un principio, este abogado defendió los derechos políticos para toda la ciudadanía, pidió el sufragio universal, peleó por la libertad de prensa, defendió la educación obligatoria y gratuita y, sobre todo, exigió con todas sus fuerzas la abolición de la pena de muerte. En los Estados Generales llegó a pronunciar el siguiente discurso: «Matar a un hombre es cerrarle el camino para volver a la virtud, es matar la expiación. Matar el arrepentimiento es una cosa deshonrosa».

Tras la toma de la Bastilla, sin embargo, se convirtió en un convencido partidario de la pena capital. Creía que el pueblo reafirmaría su confianza en la nueva ley si los culpables eran ajusticiados. Esa postura se radicalizó aún más con la insurrección de la Comuna de París en 1792, a partir de la cual no descansó hasta que los Reyes fueron ejecutados. Había que democratizar la política a golpe de guillotina y, cuando fue elegido presidente de la Convención Nacional un año después, impulsó la Ley de Sospechosos para poder reprimir fácilmente a los enemigos de la Revolución.

En este sentido, dejó sin efecto la constitución y amplió desmesuradamente sus competencias. En otras palabras: instauró también una dictadura, a la que el mismo Robespierre bautizó como ‘El Terror’, que no era precisamente el dechado de libertad, igualdad y fraternidad que había prometido. Lo justificó con una buena dosis de cinismo, asegurando que esa era la etapa que Francia debía transitar para purificarse y proseguir después con sus reformas democráticas.

1.300 decapitados

En el camino acabó con otros líderes de la Revolución como Georges Jacques Danton y Jacques ­René Hébert, decapitados como supuestos traidores de su causa. Comenzaba así el período más despótico de su mandato, en el que no tuvo reparos en centralizar la justicia en un único Tribunal Revolucionario e intensificar la represión a través de la ley de Pradial. Esta anulaba todas las garantías de los acusados, que no pudieron presentar testigos y defensores desde entonces. Fue el comienzo de un periodo de siete semanas en el que decapitó a más de 1.300 personas en París.

Al final se quedó aislado y se ganó numerosos enemigos que comenzaron a conspirar en su contra. El 26 de julio de 1794, no se le ocurrió otra cosa que presentarse en la asamblea con una nueva lista de enemigos de la Revolución a los que había que guillotinar, pero no reveló sus nombres pese a las súplicas. Al día siguiente, los diputados empezaron a recriminarle sus atrocidades a gritos, sin dejarle hablar, y lo detuvieron. Dos días después, fue llevado a la plaza de la Revolución sin la pomposa peluca que solía lucir. En su lugar, llevaba una venda ensangrentada en la cabeza que el verdugo le arrancó. A continuación fue acomodado bajo el filo de la cuchilla y todos aquellos que un año antes le aclamaban, clamaron: «¡Abajo el tirano!». Y su cabeza rodó.

Published at Tue, 18 Jul 2023 00:10:05 -0600

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Muere León Gautier, el último superviviente francés del desembarco de Normandía

Muere León Gautier, el último superviviente francés del desembarco de Normandía

León Gautier, el último sobreviviente de los 177 franceses que desembarcaron en Normandía el 6 de junio de 1944, ha muerto este lunes a los 100 años, según ha comunicado en Twitter Le Memorial de Caen.

El veterano del Día D fue el último miembro del comando Kieffer, un batallón de fusileros marinos que desembarcó en las costas del noroeste de Francia. El hombre falleció a las 7:40 horas en un centro hospitalario de Caen, según ha informado a la AFP el alcalde de Ouistreham, Romain Bail.

Este exmilitar y padre de dos hijos fue reconocido como Gran Oficial de la Legión de Honor en 2021.

 

El presidente francés,Emmanuel Macron, ha descrito a Gautier y sus comandos como «héroes de la Liberación». «No lo olvidaremos», ha señalado.

Luchó «por la paz»

 

Gautier nació en 1922 y se unió en julio de 1940 a las fuerzas del general Charles De Gaulle, antes de luchar en África y desembarcar en Normandía.

Tras su participación en la Segunda Guerra Mundial para liberar Francia de la ocupación de la Alemania nazi, nunca dejó de abogar «por la paz».

El comando habló con Reuters en 2019 en su casa, a varios cientos de metros de los restos de un búnker alemán que él y su compañeros de las fuerzas especiales del capitán Philippe Kieffer habrían asegurado antes de avanzar tierra adentro.

Entoncés, recordó que era demasiado joven para unirse al Ejército cuando las fuerzas de Hitler ocuparon Francia en la Segunda Guerra Mundial, por lo que se inscribió en la Marina.

«La guerra es una miseria»

Los últimos tres supervivientes del comando Kieffer fueron homenajeados por el presidente francés, Emmanuel Macron, en Colleville Montgomery, el lugar donde desembarcaron el Día D, en junio de 2019, con motivo del 75º aniversario.

«Lo peor que podemos ver es una guerra, porque matas a gente del otro bando que nunca ha hecho nada, que tiene familia e hijos. ¿Para conseguir qué?», dijo el Gran Oficial de la Legión de Honor en una ceremonia con motivo de su centenario, el 27 de octubre de 2022.

Además, añadió que la guerra es «una miseria». «No hace tanto tiempo, pensaría ‘tal vez maté a un joven, tal vez dejé niños huérfanos, tal vez enviudé a una mujer o hice llorar a un madre’».

«No quería eso. No soy un mal hombre», concluyó. No somos héroes, sólo cumplimos con nuestro deber», repitió. Se espera que las autoridades confirmen si se le rendirá algún homenaje nacional en Normandía.

Published at Mon, 03 Jul 2023 08:21:19 -0600

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Aprender de la historia: así colapsó Madrid por el problema de la vivienda a principios del siglo XX

Aprender de la historia: así colapsó Madrid por el problema de la vivienda a principios del siglo XX

El problema habitacional de la capital se hizo insostenible en el siglo XIX, cuando se aceleró el crecimiento demográfico y la población comenzó a hacinarse en «madrigueras humanas» del extrarradio con las que se especuló a precios «que se multiplicaron por cien»

Imagen del barrio de La Elipa en 1914 BIBLIOTECA HISTÓRICA – AYUNTAMIENTO DE MADRID

Israel Viana

Los problemas con la vivienda en Madrid comenzaron después de que Felipe II la nombrara capital en 1561. Su abuelo Felipe IV fue quien mandó trazar el plano, a mediados del siglo XVII, con la idea de construir la gran urbe imperial que …




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Published at Thu, 18 May 2023 17:01:46 -0600

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Misil Exocet: el secreto de los cazas argentinos que aterraba a los ingleses en las Malvinas

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Published at Tue, 18 Apr 2023 17:15:01 -0600

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El bisnieto del ‘Ángel rojo’ desvela sus secretos a ABC: «Melchor detuvo las matanzas de Paracuellos y se enfrentó a Carrillo»

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Maníaco, obsesionado y pobre: cuando el único amigo de Hitler desveló sus secretos más turbios

Maníaco, obsesionado y pobre: cuando el único amigo de Hitler desveló sus secretos más turbios

La vida de Hitler como ‘Führer’ ha sido estudiada al milímetro por historiadores e investigadores. Mil obras encontrarán sobre ella. Sin embargo, todavía queda una etapa rodeada de la neblina de la incertidumbre: la juventud del futuro dictador. Aunque para conocerla existen fuentes como August Kubizek, el que por entonces era su gran y único amigo. Este controvertido personaje –tildado por muchos de mentiroso– definió de forma más que pormenorizada el carácter abrumador e inestable del pequeño Adolf mucho antes de la Segunda Guerra Mundial. Y aquí van sus secretos más íntimos.

Kubizek, como escribió en ‘El joven Hitler que conocí‘ , vino al mundo pocos meses antes que Adolf Hitler, el 3 de agosto de 1888. De clase baja, su padre era tapicero y su madre era hija de un herrero, superó una juventud modesta que casi lindaba con la pobreza. Las malas calificaciones no le ayudaban. Sin embargo, había algo que el joven August adoraba por encima de todo; una pasión que compartía con el futuro líder nazi: su amor por las artes. «Había una afición que se había ido infiltrando en mi vida, y a la que me entregué con todo mi corazón: la música. Este amor encontró su expresión visible cuando, contando yo nueve años, recibí como regalo un violín en las navidades de 1897». Eso sería lo que le acercaría al ‘Führer’.

Primera impresión

August y Adolf se conocieron, según el primero, «alrededor de la festividad de Todos los Santos en el año 1904». Aunque esta fecha ha sido posteriormente calificada de falsa por algunos historiadores; en realidad, lo mismo que las memorias de Kubizek, las cuales han sido tildadas de exageradas por autores como Nerin E. Gun. Más allá de estas dudas, el chico dejó escrito que vio por primera vez a su nuevo amigo durante una ópera en Linz (Austria) debido a que ambos competían por la misma localidad, «una columna en la zona de paseo» en la que se apoyaban. Y no solo porque les permitía ver todo el escenario, sino porque era de las más baratas. Su primera impresión fue halagüeña. Le definió, de hecho, como un joven de buena familia. Y todo ello, a pesar de que ambos eran igual de pobres:

«Era un joven curiosamente pálido, delgado, de la misma edad aproximadamente que yo, que seguía con ojos resplandecientes la representación. No cabía duda de que era de una casa acomodada, pues iba siempre pulcramente vestido y se mostraba sumamente reservado. […] En una de las representaciones entramos en conversación en uno de los entreactos. […] Me sentí asombrado por la segura y rápida comprensión de mi interlocutor. No cabía la menor duda de que me era superior en este aspecto. Por el contrario, él reconocía mi superioridad cuando la conversación se refería a temas meramente musicales […] A partir de aquel día nos encontramos a cada representación de ópera».

A partir de entonces, y durante los cuatro años que esta extraña pareja compartió, Kubizek hizo un retrato del joven Adolf. Una instantánea nada halagadora, todo sea dicho, aunque se esforzó por disimular los datos más sórdidos por miedo a la censura. En ‘El Tercer Reich‘ (Crítica, 2019), el doctor en historia Thomas Childers afirma que August fotografió con palabras a un ‘Führer’ solitario y marginado. Un joven que solo tenía un amigo verdadero, que no sentía interés por las chicas ni el sexo (el cual temía, aunque también le fascinaba), que evitaba siempre el contacto físico y que era reacio a «cualquier cosa que tuviera que ver con el cuerpo humano». A cambio, estaba seguro de que sus escasas habilidades le convertirían en una estrella; un artista o un arquitecto de éxito que construiría edificios para el gran Reich germano.

Childers también deja patente las limitaciones de Hitler como estudiante (suspendió incluso alemán) y afirma que, cuando se trasladó a Viena en 1907, vivió una vida bohemia en un minúsculo apartamento lleno de chinches que solo pudo pagar gracias a la pensión que recibía tras el fallecimiento de sus padres, a los cuadros que lograba vender a tiendas de muebles (que los utilizaban como mera decoración por su precio) y a que Kubizek se decidió a vivir con él (y a sufragarle la mitad del alquiler) desde febrero hasta julio de 1908. Allí tomó la costumbre de visitar cafés hasta altas horas de la noche y apenas dormir. Durante este tiempo, además, August desvela en su obra que el joven Adolf era sumamente irascible y que era imposible llevarle la contraria cuando exponía sus opiniones.

Retrato robot

En los primeros capítulos de sus memorias, Kubizek trata de acercar al lector la imagen y el carácter de Adolf. Lo primero que destaca de él es que odiaba ser fotografiado, por lo que, en la actualidad, es difícil hallar instantáneas de su juventud. «Mi amigo jamás sintió, por lo que yo recuerde, la necesidad de hacerse retratar. Era todo menos presuntuoso. A pesar de que se preocupaba mucho de su persona, no era presumido en el sentido corriente de esta palabra. Incluso me atrevo a decir que ser presumido era demasiado poco para él. Era demasiado inteligente para ello». Desde su perspectiva, eso sí, el futuro líder nazi guardaba gran parecido con su madre. Así le describió a nivel físico:

«Era de estatura media y esbelto, por aquel entonces ya algo más alto que su madre. Su constitución no era en modo alguno la de un hombre fuerte, sino más bien delgado y frágil. Su salud era peor de lo que hubiese sido de desear y él se lamentaba frecuentemente de ello. Tenía que protegerse ante el clima nebuloso y húmedo de Linz durante los meses de invierno. […] En resumen, era débil de pulmones. La nariz, muy regular y bien proporcionada. La frente, despejada y libre, ligeramente inclinada hacia atrás. Me sabía mal que, por aquel entonces, tuviera la costumbre de peinar su cabello muy hacia la frente».

Pero lo que más llamó la atención a August de Hitler durante los cuatro años que compartió con él fue lo comunicativos que eran sus ojos. «Resultaba sorprendente cómo podían cambiar de expresión, sobre todo cuando Adolf hablaba». Aunque, para entonces, el ‘Führer’ contaba ya con una voz «grave y sonora», Kubizek siempre pensó que su principal atractivo de cara a las masas era esa mirada. «Aún cuando mantenía los labios firmemente apretados, los ojos revelaban lo que quería decir». A la postre, el líder nazi supo aprovechar esta característica y se pasó horas y horas frente al espejo entrenando los gestos y los movimientos de su cara para impresionar, todavía más si cabe, a su público.

A pesar de la expresividad de sus ojos, a Kubizek también le dejó perplejo su oratoria. «Yo le escuchaba gustosamente cuando hablaba. Su lenguaje era muy escogido. Rehusaba el dialecto, sobretodo el vienés, que le era adverso por su tono suave. […] No cabe la menor duda de que mi amigo Adolf fue, ya desde su primera juventud, un hombre dotado de una fácil oratoria. Y él lo sabía, hablaba a gusto y sin interrupción». Lo cierto es que era convincente. Childers afirma en su obra que, en una ocasión, persuadió a un agente de policía de que le dejara libre después de haber golpeado a un chico y haberle causado severas heridas. «Gustaba de probar su fuerza de persuasión en mí y en otras personas», añade su amigo.

Sin embargo, August también dejó patente que Hitler, en realidad, no tenía capacidad de discusión, sino que se limitaba a avasallar al contrario con sus opiniones sin ofrecerle la posibilidad de dar su punto de vista. Así, cuando su amigo le respondía, se limitaba a poner un «gesto de enemistad» y montar en cólera. No era raro entonces que diera golpes contra las paredes y destrozara todo lo que tuviera a mano. «La mayoría de las veces no respondía a lo que yo le había preguntado y se limitaba a interrumpirme con un gesto muy significativo de su mano. Más tarde, me fui acostumbrando a ello y ya no encontraba ridículo que aquel muchacho de dieciséis o diecisiete años desarrollara proyectos gigantescos y me los expusiera con todo detalle».

Obseso y mediocre

De los recuerdos dulcificados de August –quien apenas recriminó directamente nada a Hitler en sus memorias debido, entre otras cosas, a que los primeros que le pidieron que recopilara los recuerdos de su infancia fueron los miembros del régimen nazi– se infiere también el carácter maniático de su amigo. El futuro ‘Führer’ tenía, por ejemplo, la manía de colocar sus pantalones, planchados a la perfección, en el mismo lugar un día tras otro. Según él, para evitar que se arrugaran. Y es que, estaba obsesionado con salir de casa siempre bien vestido (casi como un burgués) a pesar de que apenas tenía dinero para comer. Aunque, siempre en palabras de su amigo, eso no era un problema, pues prefería saltarse un almuerzo o una cena en favor, por ejemplo, de ir al teatro.

Según August, otra de sus características más notables es que era muy serio. Una forma educada de señalar que, en ocasiones, su egolatría le hacía despreciar al resto de las personas. Las contestaciones que Kubizek atribuye a su amigo a lo largo de la obra así lo demuestran. En una ocasión, por ejemplo, Adolf no dudó en contestar de la siguiente forma cuando nuestro protagonista le preguntó por la solución de un problema determinado: «Aun cuando hubiera resuelto ya por completo este problema, no te lo diría, porque tú no serías tampoco capaz de resolverlo». Los «cállate» estaban, también, a la orden del día. Por ello, y a la larga, evitó hablar con él sobre determinadas cosas. «En el futuro dejé de preguntarle sobre temas profesionales. Era mucho mejor seguir en silencio mi propio camino». Aquello debió azuzar más el carácter rudo del joven ‘Führer’, que sentía que ganaba todas las discusiones.

Durante los meses en los que convivieron en Viena, Hitler despreció una y otra vez las opiniones y las capacidades de su amigo. A cambio, le repetía que él llegaría a ser un gran artista o un genial arquitecto. Sin embargo, la realidad puso a cada uno en su lugar. En 1907, Adolf presentó sus dibujos en la Academia de Bellas Artes y fue rechazado. «Estaba tan convencido de que iba a tener éxito que, en el momento de recibir el rechazo, este me golpeó como un rayo salido de la nada», explicó después. En julio volvió a intentarlo, pero falló de nuevo. Kubizek, por su parte, fue admitido en el conservatorio. Aquello debió ser demasiado para él. «Casi sin dinero y avergonzado por su segundo y humillante fracaso en la academia, no quiso volver a ver a Kubizek. Dio el aviso, pagó su parte del alquiler y, mientras su amigo estaba todavía en Linz, sencillamente desapareció sin dejar ninguna dirección de contacto», añade Childers.

Su nueva etapa no fu mejor. Ya en solitario, y sin el sustento que le daba la pensión de sus fallecidos padres, vivió como un verdadero vagabundo . «Durante meses residió en las calles, dormía en los parques y en los cafés que abrían toda la noche, debajo de los puentes, en las entradas de los edificios y, a veces, encontraba refugio en los albergues para indigentes y en pensiones de mala muerte», añade el autor. Se alimentaba en comedores de caridad, no tenía abrigo, vestía como un indigente y se veía obligado a pernoctar en iglesias. Solo logró salir de aquella situación en 1910, cuando se estableció en una vivienda comunal sufragada, en parte, por judíos. Así fue como inició su camino hacia la Cancillería. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.

Published at Sun, 19 Mar 2023 20:21:02 -0600

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